jueves, 17 de enero de 2008

Penosas condiciones

No hay nada más penoso -a la hora de escapar del lúgubre calabozo del miedo- que hacerlo con la fianza del argumento.

Es libertad condicional...

Las palabras -hábiles o bonitas, tímidas o embusteras, temerosas o lastimeras-, jamás comprarán ese divino momento en que, poseídos por un espíritu hercúleo, nos transmutamos en dementes verdugos de huestes demoníacas que ansían su liberación.

-o-

S. Lucas, 8:28-33:

Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no nos atormentes.

(Porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre, pues hacía mucho tiempo que se había apoderado de él; y le ataban con cadenas y grillos, pero rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio a los desiertos.)

Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él.

Y le rogaban que no los mandase ir al abismo.

Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso.

Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó.

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