viernes, 18 de enero de 2008

Emil Ciorán

Sospechaba de Dios que jugaba con su alma al gato y el ratón... Siempre al borde de la locura, y penosamente consciente de esos abismos de vértigo que desnudan siempre el precario equilibrio de la cordura, a veces la tentaba, siempre en busca de alguna señal... atento a cualquier rastro de indignación en un Dios que suponía ausente. Si acaso existía, era legítima toda blasfemia.

A diferencia de Job, tenía la suficiente lucidez para no saberse, de entre todos los mortales, de alguna manera señalado (consuelo de todos los santos). Era ésta su filantropía... Su parentesco con los hijos malditos de Adán. Dios jamás perdona pues nunca olvida. Sólo hay una caída...

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