domingo, 20 de enero de 2008

El hombre y su naturaleza anfibia

La perfección en los seres humanos no existe, o al menos pareciera que nunca deba existir en tiempo presente. Pero muchos suponen que existió alguna vez... De entre ellos, algunos, pesimistas, dudan que tal hazaña sea posible de nuevo. Otros, idealistas, piensan que es posible e inventan el método para realizarla. Unos otros, iconoclastas, creen que para ésta existir no debe, ni debió, ni podrá existir nunca realmente; esto es: únicamente en ese mundo donde se cumplen las mayor parte de nuestras exigencias.

Todos parecieran coincidir en que ésta no existe ahora... Saben de un hombre llamado Diógenes, cuyo proceder quizás reprueben, quizás admiren, pues no tuvo éxito. ¿Nos habría ahorrado el esfuerzo? ¿Habría demostrado la futilidad de semejante ensayo? Pues pareciera que es algo que no osan repetir por innecesario o quijotesco. ¿Quién sabe?

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Breve reseña histórica de cierta criatura curiosa llamada "hombre":

En cierto punto de una línea imaginaria que algunos llaman "historia", un ser bípedo y de piel frágil intuyó que la existencia del mundo y la suya propia (y la de sus ancestros) debían tener una causa. Sintió la necesidad de contactar al dueño o responsable para, en el mejor de los ánimos, presentar nuestras quejas.

Sus quejas pudieran parecer a algunos como legítimas. El ave tenía la ventaja real de esquivar, con algo de suerte, ciertos imprevistos. Aquel hombre seguramente debía envidiar sus alas y su suerte. (Más tarde se creería más valioso que un puñado de estos seres). Veía por doquier muchos otros animales que sin ser insensibles al dolor parecían tolerar mejor o ser completamente indiferentes a la intemperie. Se sabía en desventaja frente a los fenómenos más violentos de la Naturaleza; a veces parecían expresar la ira de un ser a quien no podían ver pues vivía en alguna parte no visible del cielo.

Resolvieron que sería prudente temer a quien sea que fuera el causante, quien a veces parecía ofenderse por cosas que sólo ellos hiciesen y de quien, sin embargo, sospechaban que podía ser, cuando quería, considerado y benévolo. Con genuino interés, pues, se dedicaron a la peligrosa tarea de intuir todo aquello que parecía ofenderle e ingeniar las maneras de satisfacerle. (Los más audaces robaban poderes y atributos a estos dioses y por esto los convertíamos en semidioses; dícese que en aquellos tiempos sabíamos agradecer).

Y así, por ensayo y error, vieron coronados sus esfuerzos. Todas las veces que intentaron grabar esto en piedra suponían que su vigencia sería inmutable y eterna. Todo intento de objeción y revisión de nuestra herencia cultural ha sido considerado siempre un acto de violencia hacia nuestros antepasados, y por extensión: en blasfemia a los dioses. Casi siempre suponemos justas esas leyes, ¿por qué habrían de cambiarse si valieron para nuestros abuelos? Por esto, nuestra evolución ideológica ha dependido siempre de esa balanza entre el miedo a los dioses e imperativos de adaptación que nos empujan a nueva comprensión del mundo. Sin embargo, fue imposible que toda nueva comprensión no se impusiera con el mismo grado de tiranía...

Nuestra facultad de raciocinio -de ninguna manera un producto acabado- nació quizás por la necesidad de compensar un estado de incertidumbre. Recién salida del horno y siendo una facultad al parecer inédita y reciente, las maneras que tenía para desarrollarse necesariamente habrían de ser consideradas luego como irracionales.... La tiranía de la razón es derivada del instinto de conservación, evidenciada en su guerra al Inconsciente. De no abrirse paso de esa manera, es poco probable que existiera hoy un homo sapiens.

Un considerable lapso de tiempo debió mediar desde aquel primer atisbo de consciencia que llamamos Espíritu y la percepción de un espacio o atmósfera interior que podía ser cultivada. La suposición respecto a su ausencia en otros animales nos otorgaba alguna exclusividad que nos hacía de alguna manera diferentes, más allá de la visible afinidad que tenemos con aquéllos en muchos otros aspectos... Invertida la causalidad, descubriríamos más tarde que proveníamos del mono (o emparentados con éste con un mismo ancestro), desechando la idea de un Ser que nos creó a su imagen y semejanza. A mitad de camino entre ambas teorías se considera al mono un prototipo anterior de Adán (Popol-Vuh).

El geocentrismo (egocentrismo a escala) en toda religión es la manera en que el hombre se justifica a sí mismo como el fin último de una evolución que no tenemos derecho a creer que ha finalizado. La modestia vino luego con el "pienso, luego existo"... Algo que nos parece "obvio" indica la manera en que la razón crea y justifica la necesidad de ratificar toda evidencia sensorial, algo que sólo ella puede hacer. De esta manera, el hombre lógica y biológicamente reafirma su identidad. Cualquier otra cosa es antinatura.

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