sábado, 19 de enero de 2008

Final incierto

Las estrellas no hablaban exactamente Morse, ¡pero no mentían!

-o-

Esa noche mágica, arcana, de movimientos extraños en la rueda cósmica, la luna nos "recordaba" de una manera muy extraña que en otros tiempos había sido testigo de matanzas, incendios, preparativos de batallas (de esas que retumban la tierra y levantan polvareda); convertida hoy en un detallito apenas, e inofensiva, no siempre visible por el obstáculo de edificios. Muchos, a su manera, se preguntaban cómo debieron haberla visto quienes ahora salen en los libros de Historia, si acaso la primera inquietud genuina respecto a sus vidas.

Por el espacio de varias noches se había ido incubando cierto malestar o inquietud que ahora comprendemos como la causa de las inexplicables pesadillas y extrañas coincidencias que muchos no se atrevieron a corroborar con alguien más, so pena de ser tildados de locos, lunáticos... (Además no valía la pena corroborar tales impresiones en los sitios donde los encierran). Lo cierto es que aquella noche no pasó desapercibida para nadie; quizás un poco para quienes disipaban el clima enrarecido en la bebida; no así para aquellos que la desestimaban como el producto de un contagio, versión moderna del mal de San Vito o histeria colectiva.

Esa misma noche, y bajo la misma influencia extraña aunque ajenos a su efecto en otros, Arturo y Elena habían pactado encontrarse en otra vida. Hasta el último momento en que se tomaron de manos, varias veces habían dudado de si abandonar este mundo. En aquel instante supremo, de alguna manera sabían que de ahí en adelante no convenía la duda... (Era esto algo que estuvieron a punto de hacer en sueños, en aquel mismo pedazo de roca que ahora pisaban por primera vez.) Próximos a dejar este mundo, no se despedían del planeta ingratos y así lo lo hicieron saber; unas pequeñas ofrendas para hacer a los dioses propicios y un último adiós. Imploraron que no importaba el sitio donde fueran a parar, les bastaba llegar allá juntos. Una última mirada cómplice y el recuerdo súbito de Adán y Eva comiendo ambos de aquel fruto. Batieron sus alas y emprendieron el vuelo: ahora parecían demostrar que aquella primera vez fue mutua la curiosidad.

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