domingo, 20 de enero de 2008

Daño colateral

Hace unos pocos años, cuando todavía creía que existía Dios (quien convenía que existiera para sentir al menos que dirigía a alguien mis reclamos -no siempre respetuosos-, y como dándole tiempo a que me enviara señales para hacerme cambiar de parecer), la persistencia de cierto saboteo y las circunstancias en las que se dió no podía atribuirse al azar. Ya ni me molestaba en lanzarle bolas de barro, sólo darles forma y ya... En ocasiones le pedía algo de suerte, no mucha cosa. Soy un ser humano apenas: aquella vez me pareció que había puesto a alguien a quien quiero para defenderse. Se había dado eso que algunos llaman un "malentendido"...

Se repite la historia -muchas veces con otros personajes y en otras circunstancias-, y se vuelve a contemplar la posibilidad de un artífice oculto que se encarga de empañarlo todo. Imposible anticipar sus implacables designios, ni siquiera postergarlos, y su espantosa e irracional precisión. Uno quisiera que al menos fuéramos culpables de la desventura en parte; que de alguna forma ésta dependa de nos. Si algo quisiera pedirle ahora, es esto: ¡Deja la ladilla! ¡Cojo culo!, ¿me oíste? ¡Pincho cauchos sin miedo! ¡Pa' la próxima no respondo! ¡Es contigo!

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