El amor a los hijos, a los amigos, a las mascotas, etc. (a todo lo que en un punto de nuestras vidas consideramos "nuestro") es una extensión del amor propio.
De ninguna manera puede ser la huella o versión micro del amor de un Dios creador... Por la suerte de los demás podemos llegar a sentir indiferencia, por un principio de economía del alma, quizás. El amor es así de "injusto": descarta el mayor número por naturaleza, de lo contrario se prostituye y diluye en intensidad (e imposible de conseguir ésta mediante el mayor número). Nos haría a todos iguales, canjeables, desechables... El amor que damos es el mismo que otro puede dar.
Sólo Dios es capaz de amarnos a todos por igual.
De ninguna manera puede ser la huella o versión micro del amor de un Dios creador... Por la suerte de los demás podemos llegar a sentir indiferencia, por un principio de economía del alma, quizás. El amor es así de "injusto": descarta el mayor número por naturaleza, de lo contrario se prostituye y diluye en intensidad (e imposible de conseguir ésta mediante el mayor número). Nos haría a todos iguales, canjeables, desechables... El amor que damos es el mismo que otro puede dar.
Sólo Dios es capaz de amarnos a todos por igual.
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